2 de septiembre de 2013

Capotillo hoy


Matías Bosch
boschlibertario@gmail.com
Se cumplieron 150 años del Grito de Capotillo. Para muchos, la gesta más extraordinaria de la Historia dominicana, la verdadera independencia pendiente desde 1844, convertida en fuerza social acumulada. Su grandeza reside, precisamente, en que al contrario de la declaración del 27 de febrero, la Revolución Restauradora fue llevada a cabo por el pueblo, por las masas en sus distintas y más oprimidas capas sociales. Fue una lucha que contó con líderes notables, como Gaspar Polanco y Gregorio Luperón, pero su trascendencia es que no fue una guerra hecha por caudillos, sino por los hombres y mujeres sin camisa y sin zapatos, que derrotaron al ejército español con machetes y palos de guaconejo.
Esa no es la mirada que comparten con nosotros quienes se encargan de producir lo que podríamos llamar “La Historia de la domesticación”. Es más, su esfuerzo mayor es que no recordásemos ni discutiésemos este aniversario. De la Restauración solo vemos cuadros que parecen europeos, llenos de soldados con uniformes azules y caballos blancos; todo se reduce a saber quiénes eran los caudillos, si eran “liberales” o “conservadores”, y llenar los monumentos de flores, de muchas flores. Arqueología, museografía pura. 
Pero lo más serio de esta aproximación domesticadora, anecdótica y arqueológica a la Historia, es el hecho de negar a la sociedad dominicana de hoy reconocerse en un proyecto histórico, aún pendiente, de emancipación y transformación, sin el cual la Restauración carecería de sentido. La lucha contra la desigualdad social y el coloniaje, que inspiró a las masas en 1863, debe servir de espejo a la nación para reconocer las tareas pendientes y las grandezas presentes de nuestro pueblo. Basta mirar hoy a Capotillo, el barrio capitaleño, una de esas República Dominicana de 1863, 150 años después. Como cada barrio popular dominicano, hace su propia Restauración cada día, pues allí mujeres, hombres, jóvenes, luchan contra toda una historia de abuso e injusticias. Tienen una trayectoria de valor, de coraje, contra los gobiernos crueles y contra toda la desigualdad de una sociedad enferma. Tienen que aguantar incluso que la PN y la DNCD hagan “descensos” e irrumpan en sus callejones a matar al vecino, a cazar “delincuentes”, sin nunca cazar al que trae la droga y al que la consume por millones. 
La historia de la domesticación, que es también hecha cada día en cómo nos informamos e interpretamos lo que sucede cotidianamente, no quiere que veamos esa injusticia ni esa lucha. Solo compramos noticias de que Capotillo y los barrios populares son nidos de delincuentes, “zona apache”; que si no fuera por ellos viviríamos en paz y tranquilidad. Un joven o trabajador de Capotillo, cada vez que busca empleo, debe demostrar que no es criminal. Así se logra que los un poco “fuñidos” por este orden social y los muy “fuñidos” nunca se identifiquen como igualmente “fuñidos”; que no veamos las causas de fondo del problema, sino que los dominicanos temamos los unos de los otros, y que los jóvenes de nuestros barrios sólo quieran irse y escapar de ese estigma que les despoja la autoestima. 
La semana pasada apareció en Listín Diario que en ese mismo barrio, Capotillo, la escuela Salomé Ureña “no cuenta con butacas, mesas, puertas, ventanas y ni baños que se puedan usar. Los pocos archivos que hay en su mayoría están rotos; el poco techo en el centro es de hojas de zinc, mientras otra parte no lo tiene, y cuando llueve es más el agua que cae dentro que fuera”. 
¿Acaso no representa ese solo ejemplo el carácter inconcluso del Grito de Capotillo de 1863 y las grandezas de la juventud popular que enfrenta la injusticia día tras día? La crisis de la educación dominicana es resultado de un modelo político que concentró por más de un siglo el mando en sectores antipatrióticos, funcional a un modelo social y económico oligárquico que concentra la riqueza en muy pocas manos. Es el modelo del dictador hatero Santana, promotor de la anexión a España, prolongado en el trujillato y en el balaguerismo. 
La escuela pública dominicana ha estado bajo sistemático acoso. Los antecedentes tenebrosos fueron la guerra a muerte de la cúpula eclesial contra Hostos, y luego el Secretario de Educación (futuro dictador), Joaquín Balaguer, desmontando la escuela hostosiana, en pleno trujillato.
De los 2.7 millones de niños que van a la escuela este año, el 25% ya va a centros privados. Esos 660 mil niños están compuestos por una pequeña minoría de élite que paga cientos de miles de pesos al año, y una gran mayoría (hijos/as de taxistas, obreros, chiriperos, trabajadoras del hogar, etc.) que se pueden llamar “demanda inducida” e, incluso, “demanda forzada”. 
El descrédito y la falta de inversión inducen a las familias a llevar a sus hijos a escuelas privadas, porque no hay opción o porque han sido convencidas de que es mejor. Es la mercantilización de los derechos básicos, la educación convertida en un gran negocio para lucrar y que, en sentido general, para las mayorías, carece de proyecto nacional pues su función ha sido servir de amortiguador y pacificador social entre las masas, compelidas a ser mano de obra barata para un sistema económico dependiente, especulativo y escasamente productivo, abarrotado de desempleados y de trabajadores cuyo salario promedio no alcanza a ser la mitad de la canasta básica de sobrevivencia. Es, 150 años después, el país donde la banca acumula en seis meses ganancias de 10 mil millones de pesos, pero no se cuentan con los recursos fiscales necesarios para redistribuir la riqueza a través de salarios ni inversión pública. 
Hoy tenemos que rescatar la verdadera historia nacional y la Historia de cada barrio popular, de cada comunidad y cada pueblo, de cada rincón donde se condensa la lucha por la sobrevivencia en medio de la injusticia, germen de la gesta restauradora: la belleza de nuestra gente, sus alegrías, sus empeños, sus dulzuras, sus poesías cotidianas, su resistencia, su aguante, su coraje, y de esas historias sacar las energías para hacer la obra grande pendiente que es parir un barrio, una ciudad, un país donde mi hijo y tu hijo no sean diferentes por el dinero que hemos traído, donde no temamos al otro dominicano por su lugar de residencia, sino que rechacemos lo que hay que rechazar: la negación, el abuso, la explotación, la injusticia, el despojo y la humillación.

0 Opinaron:

Publicar un comentario